Una de las paredes pequeñas está ocupada por el Parnaso, el monte sacro con Febo Apolo que suena la lira rodeado por las Musas y por los grandes poetas de todos los tiempos. Si no existiera el consuelo de la Belleza, la vida en esta tierra no sería completa y ni siquiera posible.
Todo se tiene en vista de una elaboración filosófica Intensa y erudita, que Rafael logra hacer en la imagen con extraordinaria eficacia didáctica y con grandiosa capacidad de participación. La Poesía es inspirada por la Divinidad:
«Numine afflatur» así recita un verso de la Eneida de Virgilio la figura simbólica que está, en la bóveda, encima del Parnaso. La Belleza propagada por los versos y por la música es la sombra de Dios sobre la tierra. Esto es lo que quiere decirnos Rafael en el luneto del Parnaso y, además, es la forma de pensar de su comitente Julio II Della Rovere y de los Intelectuales de la Curia pontificia.
El tema que ha dado la figura al Parnaso es simple y comprensible. Los poetas existen porque Febo Apolo toca la lira y porque les toca el espíritu de Dios. Los antiguos y los modernos rinden homenaje al Dios de la Belleza. En una posición extraordinaria en alto a la izquierda, se encuentra el ciego Homero acompañado por Virgilio y Dante. Escuchando y escribiendo, está representado un hombre joven sentado al lado de los tres grandes; con mucha posibilidad es el latino Ennio autor de los extraviados Anales sobre los orígenes de Roma. En primer plano Safo, poetisa de los sentimientos de amor, que tiene a su Izquierda su homólogo moderno, Petrarca. Inclusive Boccaccio, Sannazaro, el probable Antonio Tebaldeo, el humanista amigo de Rafael, se distinguen en el grupo de la derecha que sube hacía el Parnaso. Este grupo es el que se halla, al principio y en primer plano, simétrico a la imagen de Safo, que muestra un anciano poeta laureado que quizás fue identificado como Quinto Horacio Flaco.