La época de las Estancias

A comienzos del siglo XVI, Francia y España, las dos grandes potencias del momento, se disputaban el control de Europa y el dominio de Italia. Un duelo interminable que provocaba continuos enfrentamientos entre los dos países, y en el que se veían implicados los distintos estados italianos, incluidos los Estados Pontificios.

El impacto ideológico y de costumbre que supusieron el Saqueo de Roma en 1527 y la catástrofe de la Reforma protestante, con la tremenda ruptura en la cristiandad occidental, serán interpretados en el Juicio Final de Miguel Ángel. En las Estancias, por el contrario, tenemos una optimista síntesis renacentista del clasicismo.

Tras el brevísimo pontificado de Pío III (veintiséis días) fue elegido nuevo Papa Julio II, nombre que adopta en recuerdo de Julio César, lo que ya es sintomático del enfoque que pensaba dar a su papado. El Papa guerrero es bien consciente de la calamidad de los tiempos, de la tempestad que está por caer y de la turbación de las conciencias. Necesita una glorificación que demuestre el poder de la Iglesia y del Papado, que él trata de consolidar no sólo como poder espiritual, sino como poder político, en todas las acepciones del término, incluso culturales y artísticas. Quiere devolver a Roma la imagen “eterna” de capital de la cristiandad, inspirándose en los grandes modelos de la antigüedad clásica.

La figura de Julio II, guerrero, político, estratega, maquinador, absolutista y maquiavélico se asemeja más a la de un monarca de su tiempo que a la del líder de una religión. Enemigo implacable de los Borgia, había contemplado impotente cómo Alejandro VI y su hijo César vaciaban el patrimonio de los Estados Pontificios y se apropiaban de sus territorios a título personal. Dedicaría grandes esfuerzos a lo largo de su pontificado a recuperar para  la Iglesia los feudos de que había sido despojada, intentando unificar toda Italia bajo la dirección de la Santa Sede. Durante su pontificado se creó además la Guardia Suiza Pontificia.

Palma el joven: Alegoría de la victoria ante la Liga de Cambrai. Palazzo Ducale, Venecia.

En multitud de ocasiones, Julio II en persona condujo los ejércitos eclesiásticos. En septiembre de 1506 capitulaba Perusa; Bolonia fue reducida por las armas dos meses después. Se alía con Francia, Alemania, España y otros países formando la Liga de Cambrai para restar poder a Venecia, abandonándola posteriormente tras llegar a un acuerdo con la República Veneciana.

Más tarde, decide ir contra Francia para expulsarla de territorios ocupados en el norte de Italia que tras diferentes vicisitudes hubo de abandonar Milán y perdió las ciudades de Bolonia, Parma, Reggio y Piacenza, las tropas suizas los vencían en Novara y fuerzas de la Liga les hicieron traspasar los Alpes y aún los acosaron hasta Dijon, mientras los ingleses amenazaban con cruzar el estrecho y Maximiliano se disponía a penetrar por su frontera.

Julio II agradeció a Fernando el Católico la ayuda prestada para expulsar de Italia a los franceses promulgando la bula Pastor Ille Caelestis donde legitima la futura conquista del Reino de Navarra acusando de heréticos a sus reyes, partidarios del rey francés.

Julio II e inmediatamente después de él, León X Médicis, hijo de Lorenzo el Magnífico, tiene una necesidad crónica y desesperada de recaudar dinero para financiar nuevas construcciones, vivir fastuosamente, rodearse de artistas, satisfacer algún capricho y, sobre todo, mantener a tropas de mercenarios y hacer la guerra. Este dinero se lo procuran por cualquier medio: confiscación de herencias importantes, conquistas de tierras, multiplicación de cargos venales fácilmente concedidos a cambio de dinero anticipado, y cuando estos filones se van agotando, lucrativas ventas de joyas, de gracia espiritual, de salvación de las almas. Si el tráfico de indulgencias puede llenar rápidamente la caja pontifical y las arcas de los banqueros, aparece muy rápidamente como un grave error que traerá consecuencias desastrosas para la Iglesia romana: la Reforma protestante

Bajo el pontificado de Julio II, Roma no es sólo la ciudad –como lo fue durante el Quattrocento– donde los artistas extranjeros, más o menos famosos, llegaban dispuestos a trabajar para ilustres o generosos mecenas, pero sin renunciar a la idea de volver a casa. En la época de Julio II, los encargos disminuyen a causa de la confusión política que reina en ciudades como Milán, Florencia o Nápoles y los artistas comienzan a establecerse en Roma. Rafael permaneció allí hasta su prematura muerte a la edad de 37 años, y sus alumnos van a quedarse hasta el pontificado de Adriano VI tan ajeno al arte, y hasta la emigración de pintores que ocasionó el saqueo de Roma en 1527.