La escena con el Juramento de León III, episodio que históricamente precede de un día la Coronación, está llena de significados político-religiosos. En efecto, el Líber Pontificalis dice que el día antes de la consagración imperial de Carlomagno, León III ante el soberano y el clero quiso disculparse, de las acusaciones difamatorias dirigidas a él. En el cartucho pintado en el marco está escrito: «Dei non hominum est episcopos iudicare». Dios he de juzgar a los obispos, no los hombres. Esta afirmación orgullosa de la completa libertad de la Iglesia de frente a los poderes seculares, había surgido en la undécima sección del Concilio Lateranense (19 de diciembre de 1516) y ahora, en tiempo real podríamos decir, que aparece en el comedor del papa.
El mismo día en que murió el papa Adrián I, los electores procedieron a nombrar a un sucesor. La elección unánime recayó sobre el cardenal párroco de Santa Susana y, al otro día, 27 de diciembre de 795, se le consagró y entronizó en la sede de San Pedro, con el nombre de León III. Pero en Roma había un sector hostil al nuevo papa, formado en su mayor parte por turbulentos jóvenes de la nobleza a quienes encabezaba el sobrino del extinto papa Adrián que ambicionaba el trono pontificio, y otro joven oficial amigo suyo. En el año de 799, los revoltosos fraguaron un complot para recurrir a todos los medios a fin de impedir que el Papa León desempeñase sus deberes pontificios. El día de san Marcos, durante la procesión tradicional que encabezaba el Papa montado en su caballo, fue elegido por los conspiradores para atacar. Frente a la iglesia de San Silvestre, se arrojaron sobre el Pontífice, lo derribaron del caballo, le arrastraron por el suelo, trataron de sacarle los ojos y cortarle la lengua y, a fin de cuentas, le dejaron inconsciente, bañado en sangre y molido a golpes en mitad del arroyo. El hecho de que San León se recuperase con extraordinaria prontitud de los terribles golpes y las graves heridas que sufrió durante el ataque, se tuvo por un milagro.
Durante algún tiempo, el perseguido pontífice se refugió en la corte de Carlomagno, rey de los francos, quien por entonces se hallaba en Paderborn. Pero no tardó en regresar a Roma, donde el pueblo le dispensó una cordial acogida y, sin tardanza, se formó una comisión para investigar las circunstancias del ataque contra la persona del Pontífice. Los rebeldes respondieron con una serie de acusaciones contra el Papa, tan graves, que los miembros de la comisión se sintieron obligados a remitir el caso al rey Carlomagno. Pocos meses después, el monarca de los francos viajó a Roma y, el l de diciembre, se convocó un sínodo en la basílica del Vaticano con la presencia del rey y la de los acusadores, que fueron invitados a comparecer. Ninguno lo hizo, pero a pesar de aquel «nolle prosequi» [frase legal: no queremos continuar el proceso], el sínodo consideró conveniente que el papa León hiciese un juramento de inocencia de los cargos formulados en su contra. El 23 de diciembre, el Pontífice hizo el juramento ante la asamblea.
Francisco I aparece también, en la escena del juramento, mientras que el personaje barbudo a la derecha es identificado a veces como Giuliano, a veces como Lorenzo de Médicis, debido al gran parecido físico que existía entre tío y sobrino.