Simbolismo de La misa de Bolsena

Julio II como su tío, Sixto IV, mostraron una profunda devoción por este milagro y su reliquia. De camino a Bolonia para luchar contra los franceses, Julio II visitó Orvieto y se detuvo a orar ante la reliquia, el 7 de septiembre de 1506. La victoria de las tropas papales fue achacada a una intervención divina. Hecho que, sin duda, movió al artista a incorporar la figura del Pontífice junto a su séquito en la composición. Precisamente, en 1513 se cumplían los doscientos cincuenta años del milagro y, por tanto, se acercaba la cele­bración del Año Jubilar que debía realizarse con gran fasto.

En este fresco aparece de nuevo delante de la reliquia o mejor dicho del milagro, del cual el fresco da testimonio, pero ahora lo hace con el símbolo de la derrota de Bolonia de 1511: la barba. El papa ha llevado consigo a sus cardenales más importantes, entre los que se encuentra su sobrino Raffaele Riario -detrás de él con los brazos cruzados- y sobre todo a los representantes de la guardia suiza, un grupo de soldados mercenarios que había contratado en 1510 para expulsar a los franceses de Italia y reconquistar las posesiones de la Iglesia en el norte de Italia.

Julio II, en La expulsión de Heliodoro y en La misa de Bolsena, dos frescos en los que propaga sus objetivos políticos antifranceses se hace retratar con barba, el signo de las aspiraciones insatisfechas de la Iglesia. Este hecho implica que el papa encarga la representación de un momento histórico que él mismo quiere ver superado. Si su ruego ante el corporal es atendido una vez más y sus oraciones, al igual que las de Onías, pueden conseguir la ayuda de Dios, si el intruso francés es, con el apoyo divino, expulsado del territorio de la Iglesia y de Italia, y Julio puede aparecer en la sala, bajo los frescos, de nuevo sin barba, entonces el papa aunará en su propia persona la historia y el presente, de cara a los Señores, embajadores y visitantes que recibe en audiencia. Él es el ejemplo vivo de que el poder temporal y espiritual de la Iglesia goza de la protección divina y en él se confirma su propia política papal.